A LA COMANDANTA RAMONA

Este 2014 es el vigésimo aniversario de la revuelta zapatista en México. El 1 de enero de 1994, el día que entraba en vigor el Tratado de Libre Comercio de México con Estados Unidos y Canadá, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) irrumpía en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas, en el estado de Chiapas.
 
Después de un par de semanas de conflicto armado que provocó unos trescientos muertos, el presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari decretó un alto el fuego que todavía se mantiene, a falta de un acuerdo de paz.
El movimiento zapatista se proclamaba entonces portavoz de los indígenas mexicanos, sin voz hasta ahora, y emprendía un proyecto de transformación política y social.
Sustituyeron los fusiles para una campaña de comunicación global que convenció a una gran parte de la izquierda mundial con nuevo discurso.


Les compartimos dentro de este bloc "Mujeres Mayas-Mujeres Nuevas, Tejiendo vida", la historia de una mujer pequeña que hizo grandes cosas y fue una de las personas que influyo notoriamente en esta lucha indígena y aprovechamos para rendirle con este cuento que pueden leer más abajo, nuestro modesto homenaje.
Del proyecto slow chicken dance creado por M. Luz (contante) y Oliver (imaginante), nos dicen que cada realidad es diferente y cada lugar un mundo, y nos las explican desde el cuento y la imagen.
Hace algún tiempo, no demasiado, en Chiapas, la región olvidada de México, vivía Ramona, una mujer indígena Tzotzil. Ramona tenía todo para ser forzada a vivir anclada al pasado: pobre, indígena y mujer. Y como ella otras tantas mujeres tribales a las que la década de los 90 les trajo, no sólo un presente, sino también, una posibilidad de futuro.

Se cuentan muchas historias sobre Ramona, La Ramona, La Comandanta, de cómo se levantó y con ella se levantaron todas, de cómo una mujer lideró la toma de San Cristóbal de las Casas, de cómo participó en la creación del Congreso Nacional Indígena e impulsó la Ley Revolucionaria de la Mujer, y de cómo aún moribunda seguía dando aliento a las suyas, porque La Ramona no sólo es símbolo de la lucha contra la opresión del pueblo indígena, símbolo de la resistencia, La Ramona es la lucha contra la explotación de la mujer. Porque cuando ella habló, hablaron todas Las Mujeres del Maíz.

Se dice que la historia de La Ramona va ligada al movimiento Zapatista que un 12 de enero de 1994 se sublevó contra la opresión del Gobierno Federal. Pero en realidad todo empieza mucho antes, cuando las mujeres indígenas empiezan a existir en el presente. Es la historia de la lucha por los derechos de la mujer, es la historia de cómo lo infinitamente pequeño se convierte en uno de los movimientos feministas y revolucionarios con mayor trascendencia del siglo XX y de los años venideros.

Y dice así...

Ramona tuvo muchos trabajos en su vida, bordadora, agricultora, hacedora de tortillas de maíz, ama de casa... pero el principal, como ella decía, “despertar a la gente”.

De complexión pequeña y estatura mínima, casi monolingüe y casi analfabeta y, para colmo, enferma de gravedad. Ataviada con su blusa de coloridos bordados, que ella misma hacía, dicen que una de las mejores bordadoras de Chiapas, discreta, dulce, de dedos imparables, siempre con hilos entre ellos, hasta cuando mataba el tiempo, sus ojos como tizón oscuro y con su voz de pájaro en tzotzil, la lengua maya más musical de todas, se sentía capaz de más de lo que la vida le daba.

Corría la década de los 90, Ramona había finalizado algunos trabajos de bordado y, junto a las demás mujeres de los Altos, preparaba tortillas de maíz para vender en San Cristóbal de las Casas. No hacía mucho que habían finalizado las lluvias y pronto tendrían una nueva cosecha. Se avecinaban tiempos difíciles, no sólo por el trabajo en el campo, que siempre era duro, había rumores en las aldeas sobre un movimiento, sobre “La Revolución”. Los días cada vez eran más difíciles para los indígenas: amenazas, falta de recursos básicos y maltrato eran la tónica diaria y los hombres lo pagaban con sus mujeres. Ramona estaba inquieta y, sumida en sus pensamientos, sentía que podía formar parte de ese movimiento, porque ella tenía mucho que decir. No por ello dejaba de escuchar los problemas domésticos de sus compañeras. En un momento de atención concluyó que no eran muy distintos a los suyos, pero ninguna hablaba de lo que verdaderamente preocupaba a todos: los tzotziles, al igual que los tzeltales o los choles, eran repudiados, ninguneados y privados de sus derechos y, en el caso de las mujeres, era aún peor, porque ni siquiera tenían derechos como tales, no existían para nadie, más que para ellas mismas y sus reuniones alrededor de las tortillas de maíz. Así que Ramona interrumpió la conversación “¿habéis oído a los hombres últimamente? Hablan de un movimiento para defendernos, suena mucho el nombre de Marcos... ¡bah! pero qué sabrán ellos de cómo organizar un movimiento si ni siquiera saben organizar una familia. ¡Mujeres, este es nuestra revolución!” “Pero ¿cómo Ramona? ¡Es que has perdido la cabeza!” le preguntaron sus compañeras de los Altos “¿Qué pintas tu, nosotras, ahí...? ¿Es que no tenemos bastante ya...?” Le dijeron con mirada de desaprobación, y siguieron con su conversación a cerca de lo mala que había sido la cosecha de frijoles.

Pero Ramona las volvió a interrumpir, tenía muy clara la respuesta “son nuestros hijos, es nuestro pueblo. Nosotras, con nuestro silencio hemos levantado nuestras familias, con nuestra inexistencia mantenemos nuestra unión y nuestras tradiciones y gracias a lo que hacemos todas desde abajo, nuestro pueblo es posible. ¿No os dais cuenta de que sin nosotras, que no existimos para nadie, que somos infinitamente pequeñas, el resto tampoco podría existir? Ya basta muchachas. Nuestros hombres nos necesitan aunque no lo sepan, pero antes tendrán que respetarnos para darse cuenta”.

A lo largo de los días, las semanas y los meses las palabras de Ramona, se convirtieron en un sentimiento común que fue calando en cada reunión para preparar tortillas de maíz, en los lavaderos de ropa, entre las mujeres que bordaban juntas o que caminaban más de 10 kilómetros para vender sus artesanías, y que gritaba “Basta, queremos dejar de no ser, porque tenemos derechos, porque somos personas, porque queremos decidir y porque si la resistencia somos uno, tenemos que tener los mismos derechos para enfrentar al enemigo”.

Ramona consiguió algunas aliadas, como Ana María, para liderar todo este sentimiento que cada vez tenía más forma de movimiento, y consultaron ampliamente a las comunidades indígenas Neozapatistas, sobre la explotación de las mujeres. Con sus respuestas redactaron su ley, se organizaron y formaron su propia guerrilla para enfrentar sus dos luchas, la de las mujeres y la indígena. Y así es como los hombres lo tuvieron que entender, porque no había otra.

En 1993, un año antes de la gran lucha, las mujeres ya estaban en disposición de formar parte de la revolución en los mismos términos que los hombres y, para ello, asentaron que las mujeres tenían y tienen derecho, sin importar su raza, su credo o su filiación política, a participar en la lucha revolucionaria, a trabajar y recibir un salario justo, a decidir el número de hijos que pueden tener y cuidar, a participar en los asuntos de la comunidad, a la salud, a la alimentación y a la educación, a elegir su pareja y a no ser golpeadas, a ocupar cargos de dirección en la organización y tener grados militares, a todo lo que millones de mujeres como Ramona siguen sin tener hoy día.

De este modo ellas, Las Mujeres del Maíz, dieron coherencia a la lucha indígena como reflejo de la lucha de la mujer y, de este modo, Ramona se convirtió en La Ramona, La Comandanta, “el arma más beligerante e intransigente del zapatismo” capaz de atemorizar a los líderes políticos de la época, así, con su blusa de vivos colores bordada a mano por ella misma, su estatura diminuta y sus largas trenzas ocultas bajo el pasamontañas, que convertía en desafiante su mirada color tizón. Seguía siendo casi analfabeta, casi monolingüe, pero una profesional de “despertar a la gente” y eso, al mismo tiempo, despertaba el miedo de los poderosos y políticos.

En 2006 La Ramona murió de cáncer, pero su espíritu de lucha sigue muy presente, porque resulta que esto de la dignidad, por infinitamente pequeña que sea, se contagia.

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